Te esperaré siempre.
Madalina Cobián.
Tomado del cuaderno de cuentos “Erizos y espinas”
Corrían los años 90s. Tiempos del “período especial” en Cuba. La emigración ilegal en el país se había incrementado desde la odisea de los “balseros” en Julio 1994. El tráfico ilegal de personas había crecido tanto, que era normal, la desaparicion de ciudadanos, lo mismo jóvenes que viejos e incluso de niños. Como “a río revuelto, ganancia pa´ pescadores”, y el pánico se había apoderado de un gran porciento de la población, esta nueva situación estaba siendo utilizada por los aprovechados que sacan partido a la necesidad de los pobres y los desesperados, de los que se arriesgan porque no tienen nada que perder, salvo la vida, o aquellos que se la juegan “todo por el todo”.
En aquellos días se corría la bola de que barcos con banderas francesas, otros con bandera canadienses, se acercaban todas las tardes a las costas de las playas del Este, Guanabo y Santa María. Allí fondeaban y esperaban que las personas nadaran hacia ellos que los recogían en gran número y al anochecer partían hacia su país de origen. Esto estuvo sucediendo durante alrededor de dos meses, hasta que un día desaparecieron dichos barcos y en su lugar, comenzaron a aparecer restos humanos, cuerpos mutilados por los peces y muchos con huellas de bisturí en torax y abdomen. Nunca se ha dado información oficial al respecto, por lo que esta información ha estado expuesta la especulación de la fértil imaginación de las personas.
Con la ampliación de su foto en la cartera, Alma había recorrido todos los hospitales y estaciones de policias de Cuba, desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio infructíferamente. Le quedaba una sola opción, que a pesar de sus convicciones materialistas, que dicho sea de paso, eran menos fuerte que su amor de madre, se decidió a visitar iglesias, centros espirituales, babbalows, paleros, y todo aquello que abarcara la esfera mística y espiritual del hombre, en busca de algo a lo que no se resignaba a dar por perdido: su hijo.
Ya hacía más de veinticinco años que compartía la vida con Luis Enrique. Vida de sacrificios, trabajo, estudio, vicisitudes, como las que pasan todos los cubanos honestos. Ella era una Licenciada en Educación, casi al borde del retiro y el, a fuerza de sacrificio, pues la limitación de una de sus piernas, por causa de la polio sufrida cuando niño, le hacía hecho sufrir grandes dolores y usar una bota ortopédica para facilitar su andar, había llegado a alcanzar el grado de Doctor en Ciencias Pedagógicas y era profesar de la Universidad de Matanzas. Alma y Luis Enrique que formaban una pareja de negros intelectuales habían formado una familia bonita donde reinaba el amor por la familia y por el intelecto. Eran un ejemplo de la familia cubana a la que la sociedad del momento aspiraba. Cuatro hijos; una hembra y tres varones, de los cuales el más pequeño de diez años, era el motivo del sufrimiento de ambos.
Por motivo de que la familia había crecido mucho, el apartamento de dos habitaciones se les había hecho pequeño por tanto decidieron permutar para una casa más grande.
La permuta, en Cuba es la única forma de cambiar la casa que tiene la población cubana. Consiste en un cambio de casa entre las familias que establecen normas y reglas para el cambio entre ellas, acorde al valor, ubicación tamaño y condiciones de las viviendas.
Por ese apartamento en Cárdenas, Alma consiguió una casa de madera independiente, con cuatro habitaciones. Había perdido en calidad de la vivienda, pero había ganado espacio, y como todos los cubanos que no han perdido la capacidad de soñar con lo imposible, tenía la esperanza de, con el tiempo y suerte, poder arreglar y mejorar las condiciones de la casa. La casa estaba geográficamente bien ubicada. Cerca de los centros de estudio de los hijos, y asequible a las vías de transporte de ambos padres. Luis Enrique para la Universidad de Matanzas y ella para la escuela de idiomas de Varadero, donde impartía clases de inglés.
Corría el mes de Julio de 1995. Los alumnos de las escuelas primarias y secundarias ya estaban de vacaciones, pero las madres que no gozaban de ese derecho todavía, tenían que llevar a sus hijos a su centro de trabajo hasta poder salir de vacaciones o coger licencia sin sueldo hasta el comienzo del nuevo curso escolar en Septiembre. Alma era una de esas madres a quienes no les gustaba dejar sus hijos solos en casa. Cuatro muchachos solos eran un peligro. Podían irse a la calle y esta estaba llena de violencia y corrupción. Además, estábamos en “período especial”. Escaseaba la comida y una de las formas de estirar la comida para que alcanzara en vacaciones era la de llevar los niños al trabajo, pagar la comida allí, si había comedor, o comprarles una pizza en algúna pizzería cercana.
El caso de Alma era este último. La playa de Varadeo, en la Península de Guanacavives, es una franja de terreno estrecho rodeada de agua por ambos lados, por lo tanto es fácil llegar de una orilla a otra del mar. La escuela de idiomas se encontraba en una de las pocas calles que forman la vía de comunicación de esta franja de arena. A cada lado de la ancha calle se encontran los establecimientos. La pizzería estaba frente a la mencionada escuela. Ella había llevado a su trabajo a Julito, de diez años y a Juan Enrique de doce. A eso de las doce menos cuarto, indicó a los muchachos que fueran a la pizzería a marcar en la cola para cuando abrieran a las doce y siguió trabajando hasta esa hora. Vencido ese horario, cruzó la calle y encontró a Juan Enrique sentado en un banco mirando el mar.
Al preguntarle donde estaba su hermano Julito, el niño contestó que había estado todo el tiempo sentado a su lado y no lo había visto cuando se ausentó. La búsqueda comenzó desde ese momento contando con vecinos, policías, bomberos, buzos, culminando vencidas las siguientes setenta y dos horas sin respuesta alguna, sin hallar una huella del desaparecido. Culminó para todos, pero comenzó entonces para Alma.
Se dirigió a todas las autoridades políticas y gubernamentales locales, provinciales y envió cartas a todas las instituciones nacionales contando sobre la desaparición de su hijo, pero todo lo que obtuvio por respuesta donde quiera que fue, fue:
- Lo sentimos. No podemos hacer nada.
Por tanto, llegado Septiembre, solicitó su jubilación en su centro de trabajo e inició una cruzada por Cuba con la foto de su hijo Julito, preguntando y mostrandola a cuanta entidad policial o de salud hallara a su paso en su recorrido por las provincias.
Cinco meses después de iniciado su viaje, regresó a casa, precisamente en el mes de Febrero, mes en el que Julito cumpliera sus once años. Y a partir de esa fecha, tal como ella estableció como norma en su familia, que no se atrevió a contradecirla, todos los 14 de Febrero se haría una cena familiar y se picaría el cake para festejar el cumpleaños de Ariel.
Culminada la celebración. Alma comenzaba su peregrinar por provincias buscando en las instituciones que no habá alcanzado visitar la vez anterior y sumando ahora los centros espirituales y de oscurantismos donde pudieran darle alguna razón sobre su hijo. Su peregrinar se ha prolongado por varios años siempre infructuosamente, pero ella aún no desisitido.
En una oportunidad, sentada en el portal de su casa, presenció las manifestaciones políticas realizadas por el pueblo por el secuentro del niño Elián González, también de Cárdenas; niño hallado flotando en las aguas después del naufragio de la embarcación en que viajaba con su madre en una salida ilegal del país y llevado a la ciudad de Miami; niño por cuya recuperación se desplegaron todas la fuerzas activas del país, se movilizaron personalidades y se emplearon todos los recursos necesarios para su rescate que se logró satisfactoriamente.
Pensando que este bullicio y la semejanza de la situación que se estaba dando en la ciudad tan semejante a la suya, la podría afectar, su esposo le propuso permutar la casa de ahí para otro sitio qe no le trajera tantos recuerdos. A lo que ella contestó:
- No. Esta casa permanecerá siempre donde y tal como el la dejó, para que no se pierda al regresar y la encuentre fácilmente.
Thursday, 11 August 2011
Dolor en la piel
Dolor en la piel.
Mi amiguita Cristina era todo un ejemplar de belleza negra. Parecía la estatua de una diosa mitológica labrada en ébano. Su educación, su cultura, pues llegóa a poseer tres títulos universitarios en tres idiomas distintos, la belleza de su rostro y su gracia y elegancia al andar, hacían despertar a su paso bellos comentarios sobre su persona, aunque a veces no dejaba de haber alguno carente de ética como:
- ¡“Que clase de blanca se tostó en el horno”!
Manifestaciones como estas había llegado a crear en ella cierto malestar bien justificado, por lo que ella, con los ojos cerrados, abrazó la causa social que profesaba la igualdad de derechos y la no discriminación racial y por tanto por todos sus méritos, ganó una beca en la Unión soviética.
Recién graduada en ese país de Master en Arts, la ubicaron en mi departamento bajo mi supervisión para su servicio social como profesora de Idioma Ruso. Mis conocimientos de este idioma hicieron que pronto pudieramos comunicarnos en ambas lenguas y dimos comienzo a una bella amistad a pesar de la diferencia de edades. Ella podía ser mi hija y era mi tarea encaminarla en el munto de la docencia.
Como poseía pocos alumnos y gozaba de mucho tiempo libre durante la jornada laboral, le sugerí que matriculara la Licenciatura en Español, ya que ella era joven, le sobraba tiempo y además no hay forma de estudiar más cómoda que hacerlo que en el mismo centro de trabajo y durante el horario de trabajo, si nada se lo impedía, y así ampliaba su cultura.
Así lo hizo, por lo que pudieramos decir que nuestra amistad nació en Ruso, continuó en Español y más tarde prosiguió en Inglés. Dado a tantas razones para la comunicación esa amistad se fortaleció y pude conocer muchos detalles de su corta vida. Y he aquí algunas de las experiencias que me contó:
Estando estudiando en la Unión Soviética conoció a un muchacho checo del cual se enamoró. Su nombre era Pavel. Chico alto, rubio y fornido que estudiaba deportes.
Cuando ya estaban terminando la carrera y habían decidido casarse, Pavel la invitóa a pasarse un fin de semana en casa de sus padres para presentarla a su familia. Ella muy entusiasmada aceptó. Se sentía satisfecha de vivir en la sociedad que le tocó y daba gracias al sistema por haberla ayudado a realizarse como persona.
Pavel vivía en un pueblito muy apartado que no podría llamarse ciudad, pero pintoresco y típico como una escena de película, pero se notaba que en el existía muy poca influencia extranjera, que jamás era visitado por extranjeros de ningún tipo y que jamás habían visto un cubano.
La familia la recibió amistosamente. Todos elegantemente vestidos. Padre, madre, abuela, hermano, cuñada y un pequeño de tres años. Todos parecían psicológicamente preparados para recibir la visita, salvo el niño, que al parecer, por ser niño, no asímiló la preparación del todo y quizá no había logrado asociar las palabras de previamente escuchadas con la imagen a ver en el momento dado, pues cuando Cristina se acercó a darle un beso, se retiró llorando hacia los brazos de su madre.
Cristina sintió una gran sensación de frustración, pero la madre del niño acudió en su auxilio cuando se dirigió este dicíéndole dulcemente:
- “No te asustes, nené. Es una linda muñeca de Chocolate. Ven para que la beses.”
Al sonido de la palabra “chocolate”, el niño reaccionó. Primero estiró la mano con cierto temor y al ver que no sucedía nada, la tocó. Ya, más lleno de confianza y a insistencia de la madre, se dejó besar. Pero a partir de ahí ya nadie le pudo quitar a Cristina el nombre de “la muñequita de chocolate” y cuando salieron a la calle, la reacción de las personas fue la misma que la del niño. Todos querían olerla y tocarla y terminó ganándose la simpatía de los vecinos y amistades de la familia que la veían como una nueva y graciosa adquisición.
Llegado el domingo, hora de partir, Cristina debería adelantarse pues tenia la última prueba de su carrera el lunes por la mañana. Pavel tuvo que quedarse unos días más por motivo de tener que arreglar sus documentos para un próximo viaje a Cuba con motivo de su matrimonio con Cristina, ya que así lo exigían las leyes migratorias de los países socialistas. Con visa de casado o de “fiancee” era posible y fácil viajar a los países capitalistas desde el Gigante Rojo. Ella, tan pronto recibiera su diploma de graduada, viajaría a Cuba con su traje y ajuar de boda comprado en Moscú con el fin de preparar las condiciones para su casamiento que se celebraría en unos días a la llegada de Pavel.
Como siempre que viajaba, volvió a tener la suerte de encontrar asiento junto a una ventanilla sin que nadie la molestara a su lado. Los pasajeros pasaban por su lado y aunque vieran el asiento vacío contiuaban hacia otro vagón. Esto fue algo que agradó a Cristina acostumbrada a la viscicitudes de tranporte en su país. Era una suerte, según pensaba ella, estar en un país donde se podía viajar comodamente sin que nadie te atropellara al subir, al bajar o al sentarse. Se acomodó en su aiento y se durmió por largas horas.
Ya caída la tarde, el tren hizo una parada por diez minutos en una estación. Antes de que estuvieran listos para partir, una señora entrada en años, alta con vetas canosas en su rubio pelo, subió al tren. Miró hacia ambos lados y vió el asiento al lado de Cristina, después de un “sdrazvuitie” y un “izvinitie” en perfecto ruso, se sentó a su lado. La señora tenía los ojos y la nariz muy rojos. Se notaba que había llorado mucho hasta hacía momentos recientes. Cristina la miró y le sonrió levemente y dirigió su mirada hacia afuera del tren.
Pasado unos minutos comenzó a sentir unos apagados sollozos. Se volvió hacia la señora y comprobó que continuaba llorando. Como cubana, humana y solidaria, haciendo uso del dominio del idioma, le preguntó:
- “¿Qué le pasa señora? ¿Se siente mal? ¿La puedo ayudar en algo?
La señora, al oir que le hablaban en su idioma y de forma tan cariñosa, se sintió aún más sensibilizada y rajó a llorar aún más desconsoladamente.
Cristina se asustó y pidió agua a la ferromoza para darle a la consternada señora, que intentaba decir algo pero cuyas palabras entrecortada por los fuertes suspiros no logran hacerse entender.
La ferromoza, con el ceño fruncido, le trajo el agua y se marchó de inmediato.
Cristina acompañando el vaso con tiernas palabras de consuelo, logró que la señora bebiera el agua y se calmara.
Pasados unos minutos, la señora, con cierta lograda ecuanimidad le dijo:
- Muchas gracias. Es Ud. muy amable. Yo no esperaba otra cosa de Ud, por eso me senté aquí.
- ¿Si? Bueno – contestó Cristina – Ud. dirá en que puedo servirla.
- Bueno, no tanto como servirme, pero… quizá si, quizá me sirva para desahogarme. ¿Me podrá Ud. escuchar?
- Por supuesto. La escucho.- contestó Cristina- presta a escuchar el sufrimiento de la mujer y dispuesta a darle el consuelo que se merecía un alma apenada al punto de abordar a una desconocida en un tren para desahogar su dolor.
- Yo soy de un pueblito bastante alejado de Leningrado, donde vivía con mis padres y hermanos. Siendo muy joven me fui a estudiar medicina a la Universidad. Allí conocí un muchacho de origen africano que cursaba el último año de la carrera. Ya casi se recibía de médico. Nos enamoramos y vivimos un bello romance. Cuando ya casi terminaba la carrera, descubrí que estaba embarazada. Al comunicárselo me propuso mandar a buscar a mis padres ponerlos al tanto de la situación para que consintieran en el matrimonio y llevarme a vivir con el a Africa. Asi lo hicimos. Cuando llegaron mis padres y conocieron a mi novio, se insultaron y se negaron a permitir que me casara con un negro. Acto seguido mis padres, casi me arrastararon y me llevaron de vuelta a casa. Al llegar a casa y conocerse la noticia, mi familia y mis amigos me rechazaron. Mucha gente me escupió la cara. Me encerré en casa hasta parir mi hijo. Cuando este nació. Pasé un curso de entrenamiento de enfermera y comencé a trabajr en un hospital. Aunque mi hijo era tan blanco como yo, la gente nunca olvidó que yo había tenido relaciones con un negro, por tanto nunca más hombre alguno se me acercó. Fue como si mi cuerpo se hubiera quedado impregnado de un olor repugnante que me era imposible borrar. Para todos yo inspiraba asco.
Del padre de mi hijo nunca volví a saber. Deduzco que al terminar su carrera regresó a su país Y como yo era joven y con deseos de rehacer mi vida, me fui del pueblo a otro lugar donde nadie me conocía ni supiera el origen de mi hijo. Allí me encontré al que luego fue mi esposo y tuve una niña tan rubia y blanca como el mayor. Mis hijos crecieron como hermanos sin que jamás nadie supiera de mi pasado.
Per los tiempos pasan. Mis hijos se hicieron hombres y mujer y cada uno hizo su propia familia. Precisamente por eso ahora viajo hacia donde mi hijo. El ha tenido un terrible disgusto con su esposa y se quiere divorciar. Le ha pegado a la pobrecita, acusándola de adulterio porque ha parido un hijo negro. Ahora, ¿Cómo yo le explico a mi hijo que la sangre negra que lleva el niño es la de suya, porque fui yo la que se acostó con un negro cuando era joven? ¿Hasta cuando debo pagar por haber cometido lo que todos consideran un abominable crimen?
Cristina se quedó en una pieza. Apartó la mirada de la mujer que seguía suspirando entrecortadamente y reclinó su cabeza en el espaldar de su asiento. No lo podía creer. No podía ser posible que en ese país pudiera darse semejante situación. Eso no podía ser verdad de la mujer. Sintió desprecio por ella. Ella debía ser un elemento aislado de la sociedad, un elemento raccionario e incivilizado de los que todavía quedaban en esos años ochentas. Decidió no mirarla más durante lo que quedaba de viaje. Así lo hizo.
Después de establecidas todas las coordinaciones con Pavel, diploma en mano, ajuar en maleta y muchos besos de despedidas acompañando unos simples “hasta luego”, “nos vemos en Cuba en unos días”, “no olvides tu traje negro”, “recuerda llevarme las flores de aquí”, Cristina voló hacia La Habana a esperar su prometido.
Acorde a lo programado, Pavel debería salir de su peblo en una línea checa hasta Praga. Dormiría en Praga en un hotel y por la mañana tomaría la línea internacional Praga-Frankfurt – Madrid- Habana. Aquí estaría Cristina en el aeropuerto con un cartel con su nombre para llamar su atención.
Según lo acordado, Pavel telefoneó a Cristina momentos antes de su salida hacia Praga. Una vez en Praga la llamó momentos antes de su salida para Frankfurt. Pero a partir de ahí no tuvo más noticias. Cristina pensó que debido a lo largo del viaje le hubiera sido imposible llamar y esperó a la hora convenida en el aeropuerto de La Habana. Pero no llegó. Temiendo que algo malo pudiera haberle pasado se dirigió a la oficina de tráfico de vuelos y pidió información:
- El vuelo se había llevado a cabo normamente sin ninguna interrupcion.
Se dirigió a miembros de la tripulación con una foto de Pavel para preguntar por él:
- Ese pasajero se bajó en Frankfurt y no volvió a abordar el avión. Es posible que como otros esté del lado allá del Muro de Berlín.
Cristina volvió a su casa silente. Tardó varios días en comentarles a sus padres sobre lo sucedido. Encerrada en su cuarto hizo un recuento y análisis de pasados detalles que no había querido tener en cuenta durante mucho tiempo.
Recordó la frase “Muñequita de chocolate”, el viaje sola en el tren al lado de un asiento vacío, la mirada de la ferromosa y la historia de la mujer del tren. ¿Cómo pudo ser posible que no se hubiera dado cuenta? ¿Cómo era posible que en el país de la perfección se pudiera dar semejante situación? ¿Cómo era posible que en su propio país se practicaran patrones de conducta tomados de ejemplos de aquella nación tan poderosa?
De pie, frente al espejo, podía ver detrás de ella su traje de novia colgado en un perchero esperando el momento de ser usado, mientras acariciaba su rostro y brazos tratando de aliviar el dolor que le producía su piel.
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